Al servir en vaso, me doy cuenta que es una ALE pálida, algo turbia y con muy poca espuma (me gusta esa con espuma cremosa), para observar su poca actividad burbujeante hay que observarla al trasluz, la poca espuma en pocos segundos desaparece.
Su aroma es frutal, un poco rancio, como durazno conservero bien maduro.
Al probarla, el amargor se adelanta al sabor de esta cerveza y cubre toda sensación, nada más que decir, no es algo muy agradable para mi gusto, luego queda el amargor en la boca por un buen tiempo, no me tomaría el resto que me quedó en el vaso.
Mi conclusión: El amargor no lo es todo en una cerveza.
A mí lo del amargor me pasa con la Rubia al Vapor. En todos los demás estilos agradezco lo que a mi me parece un notable dulzor de la malta, más que todas las cervezas artesanales chilenas (quizás la Tübinger Pale Ale anda por ahí) y el amargor que, claro, es mayor que el que encontramos en gran parte de la competencia. Personalmente me agradan pero creo es cuestión de gustos.
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